La estufa de Nuremberg
Adaptación de un cuento de Ouida.
En un pueblecito del Tirol había una familia muy pobre. La madre había muerto; el padre gastaba el dinero bebiendo cerveza.
Vivían en una cabaña que sólo tenían una habitación pero que encerraba una verdadera maravilla: una gran estufa de porcelana, de tantos colores como la cola de un pavo real. La había hecho un gran artista de Nuremberg.
Todos los hermanos, especialmente Augusto, que era el mayor, sentían gran cariño por la estufa, porque los calentaba, y por los bonitos colores y dibujos que tenía. La llamaban Hirschvögel, que era el nombre del artista que la había hecho.
Un día el padre llegó de mal humor y dijo que había vendido la estufa por un poco de dinero. Augusto disgustado dijo:
- ¡No debió usted venderla!
El padre, que había bebido, le pegó y tiró al suelo. Augusto no pudo dormir de tristeza toda la noche.
Al día siguiente unos hombres fueron a buscar la estufa. Augusto tuvo una idea.
Bajó a la estación y, antes de que el tren se pusiese en marcha, y, sin que nadie se diese cuenta, se escondió en el vagón, junto a Hirschvögel. Abrió la puertecilla de la estufa y se metió dentro. Poco a poco, con el movimiento del tren se quedó dormido.
Al cabo de muchas horas el tren se paró. Habían llegado a Munich, la capital de Baviera. Con mucho cuidado bajaron la estufa y la dejaron en la estación. Augusto empezó a sentir hambre, frío y miedo, pero penso que debía ser valiente y permanecer junto a Hirschvögel.
A la mañana siguiente se llevaron la estufa en un camión y, después de recorrer muchas calles la dejaron en una tienda. Al poco rato entraron unos hombres y dijeron:
- ¡Esta estufa es digna del rey!
Augusto estaba temblando, tenía miedo de que le descubrieran pero los hombres se marcharon si abrir la puertecilla de la estufa. Entonces Augusto se durmió y soñó que Hirschvögel le hablaba y le decía que estuviese tranquilo y fuera valiente.
Al día siguiente llevaron la estufa a un palacio. Augusto estaba muy cansado, pero hizo un esfuerzo para ser fuerte y valiente como le había dicho Hirschvögel.
A través de la rejilla pudo ver como entraban en un lujoso salón con alfombras, cuadros y porcelanas. Un hombre entró y exclamó:
- ¡Qué bella es!
Y dirigiéndose hacia la estufa abrió la puertecilla.
- ¿Qué veo?, dijo, ¡Un niño!
Augusto salió de dentro y arrodillándose ante aquel señor dijo llorando:
- Déjeme quedar aquí, junto a Hirschvögel.
Unos hombres le apartaron diciendo:
- ¡Cállate, desgraciado, que es el rey!
Pero el rey le dijo:
- No tengas miedo y explícame cómo has llegado hasta aquí.
Augusto le contó al Rey cómo su padre había vendido la estufa por poco dinero y el miedo que él había pasado durante el viaje.
El rey mandó llamar a los vendedores y les obligó a pagar a la familia de Augusto el precio de la estufa. Después preguntó al niño:
- ¿Qué te gustaría ser?
- Pintor, como el artista que ha hecho esta estufa.
- Está bien, dijo el rey. Has demostrado ser muy valiente y querer mucho a Hirschvögel, por eso te permito que desde hoy te quedes a vivir en palacio, junto a Hirschvögel. Aprenderás a pintar y, si llegas a ser artista te regalaré la estufa de Nuremberg.
Augusto dio las gracias y se desmayó.
Ahora trabaja con entusiasmo. Va a ver a su familia y todos están muy contentos.
Augusto llegará a ser, si duda alguna, un gran artista.