La reina de las abejas
Cuento de los Hermanos Grimm

Dos príncipes, hijos de un rey, se marcharon un día en busca de aventuras y en realidad acabaron pasando las semanas y los meses de juerga en juerga, por lo que no volvieron a aparecer por su casa.

Llegó un día en el que el tercer hijo, al que todos llamaban "El bobo", se puso en camino en busca de sus hermanos mayores.

Cuando finalamente los encontró, los hermanos mayores se burlaron de él. ¿Cómo pretendía, siendo tan simple, abrirse paso en el mundo cuando ellos, que eran mucho más inteligentes, no lo habían conseguido?

Partieron los tres juntos y llegaron junto a un nido de hormigas. Los dos mayores querían destruirlo para divertirse viendo cómo los animalitos corrían azorados para poner a salvo los huevos; pero el menor dijo:
- Dejad en paz a estos animalitos; no sufriré que los molestéis.

Siguieron andando hasta llegar a la orilla de un lago, en cuyas aguas nadaban muchísimos patos. Los dos hermanos querían cazar unos cuantos para asarlos, pero el menor se opuso:
- Dejad en paz a estos animales; no sufriré que los molestéis.


Al fin llegaron a una colmena silvestre, instalada en un árbol, tan repleta de miel que ésta caía tronco abajo. Los dos mayores iban a encender fuego al pie del árbol para eliminar los insectos y poder recoger la miel sin ningún peligro; pero "El bobo" los detuvo, repitiendo:
- Dejad a estos animales en paz; no sufriré que los queméis.

Horas después llegaron los tres a un castillo en cuyas cuadras había unos caballos de piedra, pero ni un alma viviente. Recorrieron todas las salas hasta que se encontraron frente a una puerta cerrada con tres cerrojos, pero que tenía en el centro una ventanilla por la que podía mirarse al interior.

Dentro había un hombrecillo de cabello gris sentado a una mesa. Lo llamaron una y dos veces, pero no los oía; a la tercera se levantó, descorrió los cerrojos y salió de la habitación. Sin pronunciar una sola palabra, los condujo a una mesa ricamente puesta, y después que hubieron comido y bebido, llevó a cada uno de los hermanos a un dormitorio.

A la mañana siguiente se presentó el hombrecillo en el dormitorio del hermano mayor y lo llevó a una mesa de piedra en la que había escritos los tres trabajos que había que cumplir para desencantar el castillo.
El primero decía: "En el bosque, entre el musgo, se hallan las mil perlas de la hija del Rey. Hay que recogerlas antes de la puesta del sol, en el bien entendido que si falta una sola, el que hubiere emprendido la búsqueda quedará convertido en piedra".

Salió el mayor, y se pasó el día buscando; pero a la hora del ocaso no había reunido más allá de un centenar de perlas y le sucedió lo que estaba escrito en la mesa: quedó convertido en piedra.

Al día siguiente intentó el segundo la aventura, pero no tuvo mayor éxito que el mayor: encontró solamente doscientas perlas, y, a su vez, fue transformado en piedra.

Finalmente, le tocó el turno a "El bobo", el cual salió a buscar entre el musgo. Pero, ¡qué difícil se hacía la búsqueda, y con qué lentitud se reunían las perlas!
Se sentó sobre una piedra y se puso a llorar; de pronto se presentó la reina de las hormigas, a las que había salvado la vida, seguida de cinco mil de sus súbditos, y en un santiamén tuvieron los animalitos las perlas reunidas en un montón.

El segundo trabajo era pescar del fondo del lago la llave del dormitorio de la princesa. Al llegar "El bobo" a la orilla, los patos que había salvado se le acercaron nadando, se sumergieron, y, al poco rato, volvieron a aparecer con la llave pedida.

El tercero de los trabajos era el más difícil. De las tres hijas del Rey que estaban dormidas, había que descubrir cuál era la más joven y hermosa, pero era el caso que las tres se parecían como tres gotas de agua, sin que se advirtiera la menor diferencia. Se sabía sólo que, antes de dormirse, habían comido diferentes golosinas. La mayor, un terrón de azúcar; la segunda, un poco de jarabe, y la menor, una cucharada de miel.

Vino entonces la reina de las abejas, a quién "El bobo" había salvado del fuego su colmena y exploró la boca de cada una, posándose finalmente en la boca de la que se había comido la miel, con lo cual el príncipe pudo reconocer a la princesa más joven y hermosa.

Se desvaneció el hechizo del castillo. Todos despertaron y los petrificados recuperaron su forma humana.
Y "El bobo"» se casó con la princesita más joven y bella y heredó el trono a la muerte de su suegro.
Sus dos hermanos recibieron por esposas a las otras dos princesas.

Fin


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