El Flautista de Hamelín

Había una ciudad que se llamaba Hamelín.
En esta ciudad vivía mucha gente, que trabajaba y era feliz.
Pero poco duró esta felicidad. Muchos ratones decidieron quedarse a vivir allí y empezaron a entrar en sus casas; se comían los vestidos y destrozaban todo lo que encontraban.

La gente estaba desesperada, no sabía cómo sacar a los ratones de sus casas. Un día, llegó a la ciudad un hombre muy alto y muy flaco, con una flauta en su bolsillo.

Fue al Ayuntamiento y le dijo al alcalde que tenía el remedio para que los ratones se marchasen de la ciudad, pero que él era pobre y quería saber cuánto dinero le darían por su trabajo. El alcalde le dijo:
- Te daré mil marcos si esta noche no queda ningún ratón.

Llegó la noche y aquel hombre cogió su flauta y tocó una bonita canción.
Enseguida salió un ratoncito de debajo de un banco y se quedó escuchando aquella canción.
Después, un segundo ratón asomó los bigotes, seguido de otro y otro, hasta que empezaron a llegar ratones de todas las calles y de todos los rincones. Mientras, el flautista tocaba y tocaba sin cansarse.
De este modo, llevó a todos los ratones a un río que estaba cerca del pueblo.
Entró en el río y los ratones sin darse cuenta se metieron también en el río y se ahogaron.
El flautista salió muy mojado del río. Había cumplido lo prometido.

El alcalde fue a recibirlo. Todos estaban muy contentos. Comieron y bebieron para celebrarlo. Al despedirse, el alcalde sólo dio al flautista cien marcos. El alcalde le dijo:
- Ya tienes bastante. Sólo has soplado un poquito la flauta y esto no cuesta tanto.
El flautista se enfadó mucho.
Se fue al parque y empezó a tocar la flauta. Todos los niños y niñas fueron a escucharle encantados por aquella música tan bonita. Y se los llevó a todos hacia la montaña.

Sus padres no pudieron remediarlo. Toda la ciudad quedó muy triste.
Cuando llegaron a la cima de la montaña, el flautista se detuvo, se abrió la montaña y entraron todos; todos, menos uno que se había retrasado porque era cojito.

Cuando el niño bajó de la montaña, todas las madres lloraban. Ellos querían que aquel niño fuera su hijo; le daban regalos, pero él estaba triste porque no tenía amigos para jugar.

Un día, el niño cojito subió a la montaña. Iba recordando a sus amigos, miraba y miraba por todas partes para ver si encontraba algo. Entonces vio una cosa que brillaba, fue a cogerla y encontró nada menos que una flauta.

Era aquella misteriosa flauta, que tantas cosas había hecho. Pensó llevarla al Ayuntamiento, pero antes quiso tocar la canción. Se acordó de aquella música tan dulce; sopló un poco y en aquel momento ocurrió algo muy grande.

Empezaron a salir todos los niños y niñas, todos sus amigos, que se pusieron muy contentos.

Al llegar a la ciudad, la alegría y la felicidad volvió a todas las casas y a todas las gentes.

Hicieron una fogata y quemaron aquella misteriosa flauta porque no querían acordarse nunca más de ella.

Y la ciudad de Hamelín volvió a ser alegre, mucho más alegre que antes.



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